Regresamos a la casa y en la noche fuimos a la Plaza San Martín, donde habría una transmisión para colombianos. En el metro, como era de esperarse, iban muchos colombianos, y un argentino, al que le pregunté cómo veía la situación. Dijo, en dos paradas y la salida de las escaleras, que estaban interesados en otras cosas: como las elecciones del domingo, el lamento por River Plate y que esto no era el mundial.
Llegamos. La noche era fría, el auditorio sobre el césped al aire libre frente a una pantalla gigante. Nada para lo que no hubiéramos entrenado en Bogotá. Llegaron más de 600 personas, mal contadas. Y con ellos llegaron los personajes autóctonos, cada uno ubicado en su lugar común: el animador de la bandera, el costeño alegre, el emprendedor que vendía un café dudosamente colombiano.
Y fue como ver un partido en Colombia. Estuvo bueno el ambiente. La gente haciendo barra, cantando el himno nacional en tierra extranjera, pero lo mejor y original: reclamando, a la transmisión colombiana, cuando el comentarista dijo que el empate era un buen resultado. Cómo gritaban con ganas. “¡Mediocre!”.
En el partido vimos cómo el técnico los puso a practicar la mejor manera de hacer malos pases, a evitar definir a toda costa y a ir despacio. Un grupo talentoso, que a pesar de eso casi metieron gol. Casi, la palabra que define nuestro fútbol. Por eso yo soy un casi aficionado.
Al regreso, el taxista apenas nos escuchó el acento se puso a charlar. "Uy, ustedes son colombianos, casi nos ganan”. Recordó al Pibe Valderrama y luego nos explicó durante el camino ese enfado que hoy tienen con Messi, las otras estrellas del equipo y lo que significa tener cientos de millones de euros que no meten un gol.
0 comentarios:
Publicar un comentario