Fui a comprar unas verduras. Era ahí a la vuelta, en un local pequeño que atiende una señora peruana. Compré tomates, pimentones, cebollas y unos bananos que aquí insisten en decirles "bananas". Los bananos para el desayuno, lo demás para el almuerzo, que ya iba a ser la una de la tarde. Todo en una bolsita plástica azul claro.
Salí y comencé a caminar de regreso, pero el camino resultó más largo. Me di cuenta de que había ido por el lado opuesto del que debía y para empeorar la cosa, di vuelta en una esquina. Miraba y miraba calles, pero nada, no me ubicaba. ¿A dónde ir? Traté de devolverme. Me acordé de aquella escena en que un personaje camina sobre un fondo negro y aparecen los avisos de los bares y los lugares por donde va. ¿Qué película es esa? (En realidad me acordé de la parodia que hicieron en Los Simpsons). Pero era yo, en un fondo negro, viendo los avisos de las calles y caminando con las verduras y los bananos en la bolsita azul.
Es que aquí las calles no van por número sino por nombre. En Colombia y creo que en pocos países, la nomenclatura es con números. Debe ser una "numenclatura". Es muy buena para ubicarse, si usted está en la calle 20 y tiene que ir a la 25, sabe que debe caminar 5 cuadras hacia donde aumentan los números. Pero aquí, es todo más poético, las calles dicen de dónde viene la historia argentina pero no ayudan para saber a dónde va uno. Pasa en el DF, por ejemplo, en que las calles se llaman Reforma o Insurgentes; en Madrid, que se llaman San Vicente Ferrer o Fuencarral. Extrañé a la Bogotá cartesiana, y creo que es la única vez que he sentido gratitud con Descartes. En fin, me había extraviado por la poesía: Viamonte, Paraná, Paraguay, Callao. Hasta que pregunté y me dijeron que era para el otro lado. ¿Cómo más iba a ser? Así que fui al otro lado y por puro olfato di vuelta en las esquinas que correspondían. El olfato se agudiza con el hambre. Cuando llegué, sin almuerzo, eran las dos de la tarde.
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